Fotógrafo, camarógrafo y periodista nos amontonamos en el asiento de atrás del auto. Afuera, el calor derrite la sombra y es preferible que quien disfrute del bálsamo del aire acondicionado delantero sea ella, la entrevistada. "¿No habrá preferido viajar en taxi, más cómoda?", sugiere alguien. "Dijo que así estaba bien", respondo. En el silencio en el que esperamos a que Solange Gómez Abraham salga de su casa -en Villa Urquiza- todos, probablemente, nos hacemos las mismas preguntas: ¿estará acostumbrada a los mimos de las grandes producciones, como la que realizó para Playboy? ¿Se mostrará puntillosa o delicada? ¿Será una diva? Después de todo, no sería la primera vez que un reality engendre nuevos famosos con ínfulas de estrellas.

La puerta se abre y, con Solange, salen algunas respuestas. Reparte besos, se presenta ante cada uno (¿es necesario a esta altura?), acomoda sus piernas eternas en el sillón del acompañante y, apenas el vehículo comienza a descontar los 15 minutos que nos separan del lugar donde se realizarán las fotos, voltea hacia atrás con un saltito y enseña una sonrisa fluorescente. Y es eso solamente, la sonrisa espontánea de quien podría limitarse a mirar en silencio el paisaje o a jugar con el celular, lo que desarticula los prejuicios. A más de un año de haberse mudado a Buenos Aires (alquila un departamento en el pituco Belgrano), la tucumana que se hizo conocida en Gran Hermano conserva actitudes que la identifican más con una chica del barrio que halló la oportunidad de su vida, que con la modelo encandilada y alterada por la fama. Punto a favor.

"Ayer, tres nenitas fueron a mi casa a saludarme. No me encontraron, porque justo había ido al oculista, y se desilusionaron un poco. Cuando mi mamá me contó, les armé algo relindo con fotos y otras cosas, y luego se lo regalé. ¡Estaban felices!", se regocija Solange, cuya vuelta a la provincia este verano, tras la temporada de teatro en Carlos Paz, fue ocasión de agradecer, con gestos como ese, el afecto de sus seguidores locales. Por supuesto, también se reservó momentos para caminar en la peatonal como una más, como la que era antes de dejarse fotografiar desnuda para algunas revistas y de subirse a las tablas cordobesas con actores como Alejandro Fiore. "¿Sabés cuál es la mejor forma de camuflarte? Te hacés un rodete y listo. Nadie te reconoce", explica. Y otra vez ensancha la sonrisa.

Un poquito de porno
Que Solange no es diva (ni se hace) quedará ratificado unas cuantas veces más durante la sesión de fotos, cuando aplaste sobre su pierna los mosquitos no invitados a la producción, cuando imite -sin éxito- la tonada de El Hétor y La Etér (los personajes de "Manyines") y cuando, tras horas de posar para la cámara, admita que "se empujaría sin asco" una milanga, delicia que extraña seguido en su nuevo lugar de residencia. Más allá de esas nostalgias, la chef (tiene el título, pero aclara que odia cocinar) no se queja de los cambios en su vida. "Pude trabajar en televisión y teatro al poco tiempo que salí de Gran Hermano y romper el mito de que los participantes de un reality no subsisten en el medio. También fue importante llegar al segundo puesto del concurso 'La chica del verano'", destaca.

Admitirá luego que en ese camino no todas fueron flores y que, sin ir más lejos, la temporada en Carlos Paz fue una mala experiencia (unos días antes del fin de la obra "¿Quién con cuál?", un rumor aseguraba que Solange había sido echada de un hotel por "mugrienta" y por tener mal olor). "Hacer teatro estuvo bueno, pero el entorno era horrible. No me refiero a los actores, sino a mujeres que trabajaban abajo del escenario y a las que ni da nombrarlas, porque eso es lo que buscan. Lo que se dijo es mentira, ¡nunca estuve en un hotel! Este medio no es para cualquiera. Hay mucha mala leche", indica.

Aún con esas cualidades en contra, Gómez Abraham insiste en que ese es el ámbito en que quiere moverse. "Hace poquito me confirmaron que tendré una participación en 'Condicionados' -un unitario de El Trece cuya historia gira en torno a la industria porno-, pero además a mi me gustaría formar parte de Bailando o Cantando por un sueño", comenta. ¿Sabe cantar la morocha? "Sé cantar mal -se ríe-. Con el baile me defiendo un poco más, tampoco soy una profesional. Igual, si no entro está todo bien, Marcelo Tinelli no lo es todo".

En lo que ella sí muestra oficio es en la actitud y en la paciencia frente a la cámara. Para cuando la sesión termina volvemos a amontonarnos en el auto, esta vez más relajados y con menos preguntas. De nuevo en la entrada de su casa, el saludo de Solange se pierde entre los ladridos de su cachorro, Homero. Queda flotando en el aire la estela satisfactoria de alguien que no se la ha creído. Una estela que, para noticia de sus detractores, huele bien. Muy bien.